-Bienvenidos
sean tripulantes de la mar a nuestra isla. Nos decían las jóvenes.
-Muchas
gracias. Respondí.
La
verdad es que se está bastante bien aquí, me decía interiormente.
Los pequeños hombres cogieron nuestro equipaje y lo llevaron al
hotel. Nos subimos en los coches y nos dirigimos al hotel. Aquello
era hermoso había animales de todo tipo por doquier, las aves
volaban de un lugar a otro, esos colores tan vivos y tan puros sólo
se podían ver en aquel lugar. Las jóvenes nos iban haciendo de
guías turísticas, nos sentíamos como si estuviésemos en el
mismísimo Edén. Una vez que llegamos al hotel, estuvimos en
recepción reservando habitaciones. No sabíamos el tiempo que íbamos
a estar aquí, debido a que teníamos que pensar muy bien lo que
íbamos a hacer. Sólo teníamos claro una cosa, que para acceder a
la isla hay que irse al corazón de ésta en las profundidades de la
montaña y bajar por el mar. Hubo una cosa que me llamó bastante la
atención, cuando llegamos a la isla las jóvenes y los hombrecillos
se le quedaron mirando mucho a Dafne, era como si la conocieran de
algo.
Subimos
hacia nuestras habitaciones y comenzamos a colocar las cosas. Una vez
ordenadas las ropas, quedamos en vernos en el recibidor del hotel. Un
hombre se ofreció a enseñarnos la isla más detenidamente, éste
señor se llamaba Balthor y se conocía la isla como la palma de su
mano. Al principio nos miró raro, hacía tiempo que nadie visitaba
la isla y sospechaba de que éramos enemigos, pero pronto su visión
hacia nosotros cambió al ver que sólo íbamos por un motivo el
poder rescatar a nuestra amiga, y conseguir las plantas. El señor
Balthor nos enseñó tiendas donde podríamos comprarnos un
equipamiento mejor en cuanto a ropa se refería pues las ropas que
portábamos en ese momento no eran las más apropiadas. Yo Iba
vestido con unos short beige, una camiseta blanca de rayas azules con
tirantes enganchados en los short, unas zapatillas deportivas, una
gorra y mis gafas de sol. Dafne llevaba su camiseta de tirantes
verde y sus short marrones junto con sus deportivas. Emily iba de
blanco, una falda y una camiseta de tirantes. Tía Dorothy sus
pantalones piratas con una camiseta de tirantes roja y su sombrero. Y
el capitán con sus pantalones piratas azules y su camiseta blanca.
Hacíamos unas parejas un tanto extrañas la verdad, las pintas que
llevábamos no eran las más apropiadas para un viaje como éste,
pero la verdad es que nunca supimos que íbamos a tener que hacer el
viaje. Tras salir de la tienda nos pusimos en marcha a recorrer la
isla, el señor Balthor decía conocer bien a fondo la isla de
Ofidio, ahora entendí las cicatrices que tenía en todo el cuerpo.
Nos estuvo contando que esa isla era el mismísmo infierno, mucho
teníamos que querer a esa persona para querer recoger aquella
planta.
Cuando
dijo eso la sangre se me heló solo pensar que podría ocurrir algo
ahí.
-Y
bien señor Balthor.. ¿Qué hay en esa isla? Preguntó Emily con
intriga.
-Señorita
ahí hay criaturas que mejor no mencionarlas. Son serpientes
gigantescas y devoradoras de todo ser que vague por esa selva. Aquí
en isla Pétrea las llamamos las hijas de Medusa. Debido a que su
mirada es letal, puede matarte en menos de una milésima de segundo.
Son rápidas como un rayo, lo mejor es andarse con mucho cuidado por
aquellos sitios.
-Y..
Señor Balthor.. ¿Aquí no llegan esas serpientes? Preguntó tía
Dorothy asustada.
-Tenemos
la suerte de que aquí no pueden llegar pues el clima de ésta isla
es muy diferente al de allí, aquí donde ves es un clima cálido
pero para poder llegar hasta aquí tienen que pasar por las montañas
aquellas de hielo y el clima ahí es imposible vivir.
Estuvimos
caminando durante un buen rato y con los coches llegamos a las
montañas gélidas en ellas había dos enormes estatuas de hielo en
forma de esfinge, las esfinges dividían la isla en dos zonas, la
zona cálida y la zona gélida. En ésta zona helada se encontraba
Gélicer la ciudad helada. Ahí habitaban criaturas del hielo y la
reina Bianca, una de reina con un carácter noble y sensible. Balthor
nos dijo que teníamos que hablar con ella para que nos dejase entrar
en su palacio ya que dentro de él había un túnel que llevaba al
interior de la montaña. Así fue, fuimos al palacio y hablamos
durante un largo rato con la reina. Nos invitó a pasar el día ahí
para que conociéramos la zona, la verdad no teníamos prisa y
aceptamos. La reina Bianca se me acercó preguntándome por Dafne.
-Joven
Víctor.. ¿Quién es esa joven? Su cara me suena pero no puedo
recordar quien es.
-Es
Dafne mi lady, es una amiga mía.
-Su
rostro me suena bastante pero no sé quien es, ten cuidado no me
transmite mucha confianza.
Las
formas de hablar de la reina y de moverse me encantaban me recordaban
a la gente del siglo XV, una elegancia al hablar y al caminar que
parecían cisnes. Pero todo el mundo tenía algo en contra de Dafne,
me mosqueaba bastante, ya que no sabía qué tenía ella para que
todo el mundo la odiase. Yo puedo entender que es extraña, diferente
pero no le veo maldad ninguna. Me decía.
Algo
extraño comenzó a brotar en mí, una energía melancólica recorría
todo mi cuerpo sin saber por qué, estuve caminando por los jardines
de palacio y me paré ante una fuente que había cerca de unos
rosales azules. Los cuales me hicieron recordar los de aquella noche
en el lago de cristal, me miré en la fuente y pude ver mi rostro y
junto a él una mano rozando mi hombro. Me giré y era él, Edgar
estaba a mi lado, no me lo podía creer.
-¿Edgar
eres tú? Dije mientras lloraba.
Edgar
no hablaba, parecía mudo, su piel estaba muy pálida y su mirada
apagada era como si estuviera muerto pues sus ojos y sus labios
estaban morados. Sus manos frías como el hielo y sus ropas parecían
las de un ángel del cielo. Lo abracé y podía sentir el calor de su
cuerpo en el mío, sus latidos se fundían junto con los míos. Lo
miré fijamente a los ojos y le acaricié el rostro. Él me agarró
la mano y me la puso en su corazón, me miró fijamente a los ojos y
me dijo en un tenue suspiro “Te quiero”. La piel se me erizó en
esos momentos, las palabras tan cálidas que salían de entre sus
labios se clavaban en mi pecho como cristales de hielo. Pero que se
iban fundiendo como el ardiente fuego del infierno en mis adentros.
Alzó su mano fría como el hielo y me acarició el rostro y mis
labios y poco a poco fue desapareciendo. Yo tras él marcharse caí
de rodillas en el suelo, la reina Bianca me vio tirado en el suelo
llorando y me ayudó a levantarme.
-Joven
Víctor, has mirado por la fuente del oráculo. ¿Qué te ha mostrado
pequeño?
-He
visto a Edgar, mi mejor amigo. Y he sentido como si estuviera a mi
lado.
-Ha
sido sólo un sueño tesoro, tranquilo, sólo te ha mostrado lo que
tú querías ver, cómo está y qué le pasa.
-Entonces
me quieres decir con ésto ¿Qué está muerto?
-¿Lo
viste muerto?
-No,
pero lo parecía. Él no estaba muerto cuando lo dejé.
-Entonces
no está muerto, sólo que estará pasando por algún momento malo.
Efectivamente
en ese momento en el hospital la espina del rosal azul iba
recorriendo poco a poco las venas de sus manos hasta llegar al
corazón. Comenzó a dar síntoma de mejoría pero a la vez de
peligro. Uriel llamó corriendo a los doctores al ver que se
encontraba en mal estado. Los doctores tuvieron que investigar qué
le ocurría pues sus pulsaciones menguaban lentamente. El doctor
decidió que lo mejor era un láser pero antes había que hacerle
unas pruebas para ver si lo superaría. Se encontraba igual que en mi
sueño, pálido con los ojos y los labios morados, el cuerpo
congelado y marcas del frío en sus ropas. No podía entender cómo
he podido darle vida en mi sueño, es mi amigo y a la vez mi peligro
pues por mi culpa estoy perdiendo a mis amigos. Cada vez que intento
protegerles de algo los pongo en peligro. Primero con Edgar cuando le
dije que no tuviera miedo que lo protegería y no pude, luego con
Mery, más tarde con Uriel. El sentimiento de culpabilidad no cesaba
e iba en aumento. La reina Bianca me dijo que diéramos un paseo por
el bosque de cerezos que tenía plantado en su jardín y así fue. En
él había animalitos por doquier, desde conejitos blancos como la
nieve, hasta pavos reales, también había tigres blancos, lobos
blancos, gatitos blancos, incluso cisnes en el lago. El lago de
aquel lugar me recordaba bastante al lago de cristal que había en mi
pueblo ya que estaba estructurado de la misma forma. Ella me dijo que
mi rostro le sonaba de algo de haberme visto antes pero no sabía de
qué. Sólo que yo era diferente a Dafne, yo le daba armonía y paz,
pero Dafne desconfianza y miedo. Me estuvo contando historias de las
islas espejismo que la verdad me sonaban bastante pues las estudié
en el orfanato pero nunca pensé que fueran ciertas ya que las islas
espejismo las estudiaba como mitologías del planeta. Llegamos a la
entrada de la cueva y comenzamos a adentrarnos hacia ella, nos
acompañaban dos lobos blancos con ojos azules como el zafiro. La
reina siempre iba protegida por ellos ya que muchas veces la han
intentado atacar para destronarla del trono que un día su padre le
entregó al morir. La madre de Bianca era familia de la reina de
Atledia pero están enfadadas. Yo sabía que Dafne era de Atledia
pero tenía miedo de decir algo y que me reprochara luego Dafne por
hablar de ella. Llegamos por fin al lugar donde teníamos que nadar
para ir a Ofidio mis compañeros llegaron más tarde venían
acompañados de Balthor que a su vez era un gran amigo de la reina.
Al acercarme al agua noté una obscuridad nadar por esas aguas, era
como si fuera a pasar algo maligno. Tuve miedo y los lobos comenzaron
a aullar, la reina intentó calmarlos. Dafne comenzó a encontrarse
mal debido a que sentía como si alguien la estuviera llamando. Se
acercó a mí y me dijo al oído:
-Víctor,
por favor vayámonos de éste lugar, tengo miedo.
La
miré a los ojos y estaba tan asustada que sus manos apretaban
fuertemente mi brazo. Nunca la había visto tan aterrada, su cuerpo
temblaba y comenzaba a encontrarse mal, la piel la tenía helada. Les
dije a todos que era mejor que nos fuéramos al hotel, que ya se
estaba haciendo tarde y que Dafne se encontraba mal. Tía Dorothy
junto con Balthor y la reina la miraban raro. Pero no me importó, la
subí a mi espalda hasta salir de la montaña y al subir en el coche
la tumbé y me bajé para despedirme de la reina prometiéndole que
volvería al día siguiente para poder saber más cosas acerca de la
isla. Ya que me quedé muy intrigado con varias cosas. Necesitaba
respuestas en varios temas y necesitaba disiparlos, algo me decía
que ella me daría las respuestas. Volví al coche con mis compañeros
y marchamos al hotel. Dafne se quedó en su habitación y nosotros
bajamos al restaurante a cenar. Volví a notar aquella extraña
presencia y ésta vez con más intensidad que antes. Miré hacia
todos los lados pero no había nada. Terminé de cenar y me marché
hacia el jardín y comencé a caminar. Empecé a escuchar suspiros en
el aire, y me dejé llevar hacia el corazón de aquel hermoso jardín.
La luna se encontraba alta en el celeste azul, la luna tenía ésta
vez un brillo especial, diferente a los demás. La presencia era cada
vez más y más grande. Un silencio frío y aterrador comenzó a
recorrer mi cuerpo, comencé a dar vueltas sobre sí mismo y la
música del restaurante iba poco a poco desapareciendo. Las voces se
escuchaban cada vez más claras, podía oír lo que me decían, eran
los gritos de Mery, gritaba aterrada por el horror que la tenía
entre sus manos. Comencé a gritar su nombre, pero nadie respondía.
-¡¿Por
qué me hacéis ésto?! Gritaba con impotencia. Caí al suelo de
rodillas llorando de impotencia.
Una
mano se postró en mi hombro y una cálida voz me habló:
-No
tengas miedo, el miedo da vida a la obscuridad.
La
voz desapareció alcé mi cabeza hacia el frente y no había nadie.
Me levanté y me hizo llenarme de fuerza. Volví a recordar el
momento de Edgar, cada vez lo notaba más dentro de mí. Ahora
entiendo cuando Uriel dijo que éramos parte de un todo, éramos como
almas gemelas, sentía como si pudiese ver a través de sus ojos. Lo
veía tendido en su cama, casi podía rozarle. Tenía miedo pero a la
vez fe en que sanase. Me marché a la habitación del hotel y me
bañé. Durante la ducha los recuerdos me volvían, era como
volverlos a vivir de nuevo. Salí de la bañera, me puse delante del
espejo a cepillarme el cabello y me marché a la cama. Hace tiempo
que no escribo en el diario, me dije. Cogí mi diario y comencé a
escribir, hasta quedarme dormido.
Mientras
dormía mi habitación se cubría de obscuridad, la sombra de aquel
día en el hospital volvió a aparecer ante mí, cubriendo toda mi
habitación de hielo. Se acercó y se quedó toda la noche mirándome.
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